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.Tanto unos como otros poseían unas garras negras que, al acercarselos ecólogos, se alzaron como en rogativa. Son más simpáticos que sus amos  murmuró Craig.Deteniéndose, alargó unamano hacia uno de los osos, el cual dio un salto adelante y se la estrechó entre unagarra, parloteando. ¿Crees que estas dos especies, los osos y los pequineses, se pelean entre sí? preguntó Barney.¿No has notado que se hallan separados para que no puedanrozarse? A lo mejor hemos tropezado con una variedad local de la riña de gallos. ¡Estos animales no pueden ser más peligrosos que nuestros conejos! Ni siquieratienen incisivos agudos.No poseen ninguna clase de armas naturales.43  Hablando de dientes, supongo que se alimentan con la misma dieta que sus amos,no sé si por elección o por necesidad.Barney señaló las pútridas pilas de huesos de pescado y escamas sobre las que losanimales parecían estar tumbados a disgusto.Unas cucarachas iridiscentes se paseabanpor entre los montones de huesos. Voy a llevarme uno de estos pequineses al coche, para examinarlo  anuncióBarney.Vio a un pigmeo con la trompa fuera de su cabaña a muy escasa distancia, y sinperderlo de vista, se inclinó hacia uno de los pequineses y trató de aflojarle la correa quelo mantenía cautivo.La velocidad del pigmeo fue asombrosa.En un instante estuvo delante de Barney consus zarpas en la mano del explorador, y enseñando sus feroces dientes.Aunque no fuesede gran tamaño, aquel reptil podía romperle el pescuezo con facilidad. ¡No dispares, o se arrojarán todos sobre nosotros!  gritóle Craig, al ver que lamano libre de Barney había ido rápidamente a su cinto.Se vieron rodeados por los pigmeos, todos erguidos y parloteando sonoramente.Efectuaban el ruido moviendo la lengua, pero no las mandíbulas.Aunque habían acudidoen masa, no intentaron atacarles.Uno de ellos se adelantó y comenzó a dirigirles unaarenga, gesticulando con sus cortos brazos. Es una especie de discurso primitivo  observó Craig con frialdad.Probemos dechalanear con ellos mientras somos objeto de su atención.Hurgando en uno de los zurrones de su equipo, sacó un collar de cuentas muybrillantes.Era un truco que casi nunca les había fallado en los planetas de Starswarm.Craig se lo entregó al pigmeo que estaba pronunciando el discurso.El pigmeo lo contempló brevemente y reemprendió su disquisición.El collar nosignificaba nada para él.Por signos, Craig le dio a entender que se lo quería cambiar porel pequinés.El jefe de los pigmeos no demostró el menor interés.Guardándose el collar,Craig sacó un espejo.Los espejos siempre excitan el interés de las tribus primitivas, pero los pigmeos nisiquiera se movieron.Algunos, ahora que la crisis había pasado, comenzaron adesaparecer, con sus nerviosos movimientos de lagarto.Metiéndose el espejito en unbolsillo, Craig exhibió un silbato.Tenía la forma de un pez plateado con la boca abierta.El jefe de los pigmeos se loarrancó de la mano y se lo metió en la boca. ¡Eh, no es comestible!  gritóle Craig, dando instintivamente un paso adelante conla mano extendida.Tal vez el pigmeo interpretó erróneamente aquel gesto de Craig, yactuó para defenderse.Abriendo las mandíbulas, se precipitó contra la pierna de Craig.Alcaer el ecólogo, un humo azulado salió de la pistola de Barney.El ruido de la explosióntermonuclear resonó largamente en el claro, y el pigmeo torció la cabeza y cayófulminado, con el pellejo humeante.El silencio que siguió fue interrumpido por los chillidos de un millar de pájarostejedores, revoloteando por sus nidos de hilos trenzados, y dando vueltas en torno a lascopas de los árboles, Barney se agachó, asió a Craig rodeándole los hombros y lo alzócon un brazo, empuñando la pistola termonuclear en su mano libre.Del muslo de Craigmanaba un reguero de sangre.44  Gracias, Barney  le dijo.Parece ser que el cambalache no da resultado aquí.Volvamos al coche.Los pigmeos no intentaron atacarles.Era imposible.Poco después se dieron cuentade que Tim Anderson no se hallaba por los alrededores del vehículo. Ve en su busca, Barney  le rogó Craig.No está a salvo merodeando por ahí.Tiene que aprender a gozar de la libertad de pensamiento, sin poseer la libertad deacción.La tarde comenzaba a extender sus sombras por el paisaje.En el silencio, casi podíaoírse el rumor del planeta al girar sobre su eje.Barney se dirigió hacia el distante murmullo del agua, pensando que el río habríacaptado la atención de Tim.Al desembocar por entre un grupo de árboles le llamó en vozalta.La respuesta le llegó al instante, casi en forma inesperada.Tim emergió de unosarbustos fronterizos y le hizo señas a Barney. Me tenías preocupado  confesóle Barney.No es prudente alejarse del coche sinavisarnos. Sé cuidar de mí mismo  le aseguró Tim El río se halla detrás de esos arbustos.Es ancho y profundo [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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